Por Jesús F. Pascual Molina (Universidad de Valladolid).
Poco a poco los historiadores del arte están demostrando que las artes durante la Edad Moderna, tuvieron un valor y un uso diferentes al que nosotros las otorgamos como herederos del paradigma vasariano. Si arquitectura, escultura y pintura se han considerado las “artes mayores”, hemos relegado las otras artes a un segundo plano. Cuando se profundiza en el conocimiento del entorno artístico de la Edad Moderna, nos damos cuenta de que esas “otras artes” –como la tapicería, las armaduras, los tejidos ricos, la arquitectura efímera…–, desempeñaron un papel fundamental, especialmente en la construcción de la imagen del poder. Más allá de su valor estético, lo que primaba, junto a la idea del lujo y el valor material de las piezas, era su capacidad de transmitir una idea de magnificencia y poder.
En España, en tiempos de los Reyes Católicos, ya había quedado claro que el uso de determinados símbolos, la práctica de ciertas costumbres o la realización de algunos gestos, resultaban de vital importancia para afianzar el papel de la monarquía ante sus súbditos. Pero lo mismo ocurría en la corte de los duques de Borgoña, la cual ha sido descrita por la historiografía como la más fastuosa de la baja Edad Media. De estas dos tradiciones es heredera la casa de Austria, que reinó en España durante los siglos XVI y XVII.
Si existió un momento en que esta relación entre las artes y el poder alcanzó un máximo apogeo, fue durante la fiesta cortesana. Las entradas triunfales, la celebración de festejos caballerescos, las ceremonias religiosas, todo suponía un momento de puesta en escena del poder y sus relaciones. Crónicas e imágenes han dejado constancia de esto, y así los textos se complementan con medallas, esculturas, pinturas, grabados… Pero las protagonistas de esos momentos fueron artes como los tapices, las armaduras, las joyas.
La constante itinerancia de la Corte jugó un papel importante en el desarrollo de estas prácticas. Para estos festejos la decoración de los espacios era fundamental, espacios que aparecían transformados en función de las necesidades del momento y siempre de manera increíble. Paradigmático es el caso de aquellas ciudades en las que la Corona no disponía de espacios y se apropiaba de plazas, palacios e iglesias, convirtiéndolos en patios, aposentos y capilla de un palacio-ciudad, en el que todo estaba dispuesto para poner en marcha la representación del poder. Un ejemplo es la ciudad de Valladolid, que acogió repetidamente a la Corte de Carlos V a lo largo de la primera mitad del siglo XVI, siendo el escenario de torneos, entradas, bautizos y funerales, que manifestaban la grandiosidad de la fiesta cortesana. En estas decoraciones efímeras, artes como la tapicería jugaron un importante papel, como ocurrió por ejemplo en el despliegue de paños llevado a cabo en la plaza e iglesia de San Pablo de Valladolid en 1527, con motivo del bautizo del heredero, futuro Felipe II, cuando se pudieron ver, por ejemplo, los tapices de sal serie de Los Honores, entre otros.
Los viajes también supusieron un momento de gran desarrollo de este tipo de ornamentaciones, como el llamado Felicísimo Viaje del todavía príncipe Felipe II, donde se describen las entradas triunfales y los espectáculos en honor del príncipe, y que tuvo en la visita al palacio de María de Hungría en Binche un hito fundamental, donde pinturas de Tiziano se colgaron junto a tapices, y otras ornamentaciones fantásticas completaron la decoración del lugar, todo bajo un interesante programa iconográfico destinado a exaltar a los monarcas.
Si se decoraban los espacios, también se engalanaban las personas, y así las crónicas se detienen más que en el qué pasó, en el quiénes estaban presentes y cómo iban ataviados, de manera que pormenorizan los detalles de vestimentas y adornos. Tal era la importancia de la apariencia que llega a a firmarse que aquellos de los que no se habla, es porque no destacaron. El que siempre lo hacía era el monarca, como cuando se describe, por ejemplo, su entrada en la liza en Valladolid con motivo de su primer viaje a España, en el que iba a ser proclamado como monarca. Con su magnífica armadura, el joven rey aparecía como salido de las novelas de caballería. No siempre disponemos de imágenes que muestren lo que las crónicas narran, pero en ocasiones sí han permanecido testimonios, como por ejemplo la serie que muestra la cabalgata triunfal de Carlos V en Bolonia con motivo de su coronación imperial.
Tapices y armaduras constituyeron un elemento fundamental vinculado a la fiesta cortesana y a la imagen de magnificencia de la monarquía. Tal es así que, en sus disposiciones testamentarias, Felipe II decidió vincular a la Corona ambas colecciones, aún hoy –a pesar de los avatares de la Historia– de las mejores del mundo.
Pero no solo los monarcas hicieron este uso de las artes, sino que, por imitación, los nobles también se preocuparon de cuidar su apariencia y la de sus palacios, y crearon armerías y coleccionaron tapices, a imagen y semejanza de sus reyes.
La arquitectura efímera en relación con la fiesta también adquirió una gran importancia, y sirvió de soporte a estos elementos ornamentales como tapices, colgaduras, banderas… Podríamos señalar por ejemplo las construcciones que, vinculadas a leyendas, aspectos mitológicos o literarios, se erigían con motivo de justas y torneos, pero también hay que mencionar los túmulos funerarios, que no solo sirvieron para una ceremonia puntual, sino que incluso sirvieron de modelo para la arquitectura del momento, con algunas de sus aportaciones. En este sentido cabe destacar, por ejemplo, el túmulo erigido en 1558 en Valladolid para celebrar las exequias por Carlos V, y cuya descripción publicó Calvete de Estrella.
A finales del siglo XVI y sobre todo en el siglo XVII tuvo lugar lo que se ha dado en llamar “el triunfo de la pintura”. La sedentarización de la Corte, el cambio de gusto y otros factores, determinaron que la pintura comenzase su reinado, sin que esto signifique que desaparecieran tapices u otras piezas, que siguieron desempeñando un papel fundamental en ceremonias puntuales, como funerales, recepciones, fiestas cortesanas… Pero ya, el cambio era imparable, y la pintura, a través por ejemplo del retrato de corte, afianzó su posición en la construcción de la imagen del poder.
Bibliografía básica:
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