Por Matteo Mancini (Universidad Complutense de Madrid).
El Renacimiento italiano comienza, según la historiografía del Siglo XX, con el concurso para la decoración de las puertas del Bautisterio de Florencia (1401) en ocasión del cual se asistió al poderoso choque entre las concepciones estéticas de Lorenzo Ghiberti y las de Filippo Brunelleschi. La referencia ideológica esencial de la comparación se materializaba en la forma de acercarse a los modelos de la antigüedad clásica greco-romana. De un lado, en la de Ghiberti (el ganador), se percibía una sabia yuxtaposición entre el mundo de la antigüedad clásica y el lenguaje del Gótico Internacional, el estilo de moda en aquella época. Del otro lado, el de Brunelleschi (el perdedor) se evocaban directamente y sin mediación alguna los modelos de los Antichi. El resultado del concurso no tiene que traer a engaño, a lo largo de los siglos XV y XVI, aun con todas las variantes del caso, el modelo clasicista logró no solo obscurecer la otra tendencia, sino que, sobre todo, pudo transformar de forma radical la percepción de los siglos que le separaban del mundo romano hasta convertirlos en el sinónimo de la buia Edad Media.
Para ello se utilizaron instrumentos casi más poderosos que las propias obras de arte. En Italia entre los siglos XV y XVI se elaboraron tratados de arte y biografías de artistas que definieron los rasgos esenciales de los conceptos relacionados con la esencia del arte y la función social de los artistas. El campeón de este modelo lo encontramos, sin duda, en las Vidas (1550 y 1568) del polifacético artista toscano Giorgio Vasari. Un ejemplo claro de la forma en la que la adhesión al modelo clasicista no admitiera dudas lo encontramos en la biografía de Alessandro Botticelli, cuya obra viene antes exaltada, como en el caso del Nacimiento de Venus (hacia 1483) para luego ser criticada duramente (incluyendo referencias personales) con motivo de obras tan singulares como el Nacimiento Místico (1501), en las que el pintor elige recuperar modelos formales tardo góticos, sin por esto rechazar la novedosa técnica de la pintura al óleo sobre tabla y para, al mismo tiempo demostrar su adhesión a las posturas religiosas e místicas de Girolamo Savonarola, confirmada entre otras cosas por el hecho que se trata de la única obra firmada por el maestro toscano.
Otro elemento esencial para comprender las características del Renacimiento Italiano lo tenemos que buscar en la función innovadora de la pintura al óleo. Se trata de una técnica importada de Flandes que se ajustó perfectamente a la nueva dimensión cortesana del artista en Italia. Por medio del óleo los pintores italianos pudieron introducir en el mercado cuadros de una calidad superior a la acostumbrada por el temple logrando a la vez desvincularse del soporte sobre madera y de las largas y complejas campañas de decoración al fresco que se reservaron para los grandes mecenas o para las instituciones de mayor importancia.
A esta novedad técnica hay que añadir la capacidad definir mejor las obras por medio de un sistema de corrección de los modelos reales según la estética clasicista. La famosa, Annuciata (1476) de Antonello de Messina representa uno de los momentos de mayor relevancia de dicho proceso, gracias, sobre todo, a su capacidad de construir con el gesto de la Virgen hacia el espectador, la tridimensionalidad del espacio, resolviendo de esta manera los términos esenciales de la perspectiva lineal tal y como la predicaba Leon Battista Alberti al comienzo del siglo XV. Al mismo tiempo, la calidad, los equilibrios y los contrastes tonales atribuyen los rasgos esenciales de la empatía propios de la pintura italiana del Renacimiento que con el paso del tiempo se convertirá en el fundamento ideológico del Barroco europeo.
En lo que se refiere a la pintura al fresco, el foco de mayor interés lo representa, sin duda alguna, la Capilla de Palacio que quiso construir el Papa Sixto IV, más nota bajo la definición de Capilla Sixtina (1475-1481) y en cuya decoración a lo largo de las últimas décadas del Quattrocento y finales del siglo XVI participaron algunos de los mayores artistas de la época, de Perugino a Botticelli (1482), de Rafael a Miguel Ángel.
En este lugar privilegiado podemos apreciar la continuidad de un recorrido filológico, lingüístico e ideológico inspirado fundamentalmente en la redefinición de los modelos clasicistas. En tal sentido podemos considerar ejemplar la modernidad de las figuras pintadas por Miguel Ángel en ambas intervenciones suyas (1508-1512 y 1535-1541), sin embargo, debemos evaluar de la forma adecuada la radicalidad de Rafael Sanzio (1514-1519) en redefinir en términos significativos la iconografía de los tapices que por vez primera dejan el lenguaje de Gótico Internacional para adquirir los modelos clásicos.
Un discurso aparte lo merece la llamada escuela veneciana que, aun en su adhesión general al proceso de renovación de la pintura italiana del Renacimiento, propuso un lenguaje propio y centrado en el uso funcional del color como parte esencial de la semántica pictórica. Ejemplar en tal sentido son obras como las de Giovanni Bellini o las de Tiziano Vecellio. Ambos pintores, aun en las diferencias de las respectivas etapas juveniles y las de la madurez lingüístico-formales, proponen soluciones estilísticas capaces de prefigurar temas (p. ej. la tensión entre el color y la representación de las pasiones) que se irán desarrollando a lo largo del siglo siguiente. Ejemplar, en tal sentido, la comparación entre la Derrisión de Noé (hacia 1515) de Bellini y el Castigo de Marsias (hacia 1570) de Tiziano, donde -en ambos casos- la descomposición de la materia pictórica deja de ser un recurso lingüístico para convertirse en contribución esencial al contenido de la obra.
Bibliografía básica:
- Argan G. C., Renacimiento y Barroco, II vols., Madrid 1987.
- Battisti E., Antonello, il teatro sacro, gli spazi della donna, Palermo 1989.
- Battisti E., Renacimiento y Barroco, Madrid, 1990.
- Longhi R., Breve pero auténtica historia della pittura italiana, Madrid 1994.
- Mancini M. (dir.), La pintura del Renacimiento. Cuaderno de Prácticas, Madrid 2012
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